domingo, 31 de enero de 2010

DE CÓMO COLOMBIA LLEGÓ AL RÉGIMEN MAFIOSO DE ALVARO URIBE
primera parte

Juan Carlos García
Grupo de Investigación Presidencialismo y Participación
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia
Proyecto Autonomistas Colombia
http://sociedadautonoma.blogspot.com/


“La oligarca rebelde nos pone en contacto con la evolución del poder en Colombia a partir de 1946”, José Gutiérrez, Prólogo, p. 12.

“Recuerdo su rebeldía que a los 71 años permanecía inquebrantable, la fuerza de su espíritu y su voz altiva repitiendo: «Mientras exista miseria en Colombia, no hay discurso que valga»”, Maureén Maya Sierra, Presentación, pp. 18-19.



UNA MILITANTE POLÍTICA

La periodista Maureén Maya Sierra le da voz a una mujer poco conocida en un libro aún menos conocido que registra “la historia no contada de Colombia”: La Oligarca Rebelde (Debate, Bogotá, 2008). Esta es, como se advierte, una lectura de la historia del país contada por María Mercedes Araujo de Cuéllar, quien se llama a sí misma “oligarca”.

Lo que hace atractivo al libro no es su relato histórico ágil, dinámico y crítico, como que el mismo se funde con la vida de la entrevistada-protagonista, hasta el punto de desaparecer el género al que pertenece, y del cual tiene el lector al final de sus páginas la prueba manifiesta de un recorrido no sólo por la historia política de Colombia desde 1946, sino por “la familiaridad del poder”, y lo que es más importante, por el cuestionamiento y modificación radical del mismo. Una crítica del poder político y del poder religioso en Colombia, esa es la gran lección que nos presentan las vivas palabras de María Mercedes.

El libro nos habla de la utopía, es decir de la democracia, y cómo conseguirla en este país trágico, donde todo ha cambiado para seguir siendo “peor” con el gobierno de Álvaro Uribe. Para comprometernos con las luchas políticas, previamente hay que responder la pregunta central del libro: ¿qué hacemos con Colombia? María Mercedes enseña a reconocernos en la historia y no olvidarla, paso previo para tomar partido y volver a la memoria que muchos han querido borrar, maquillar, ocultar o violentar.

Si no sabemos de historia no sabemos de política, y si de política hablamos es mejor ver que lo social es el mayor problema de Colombia. Y en esa misma historia, María Mercedes va soltando las claves de su vida como militante política: uno, el diálogo es la tarea más importante para combatir la exclusión política y la injusticia social; dos, el Estado colombiano sólo dialoga mediante presión; tres, las condiciones de miseria y de injusticia son impuestas por la oligarquía, y cuatro, es necesario un proyecto político de izquierda radical y democrática en Colombia.

URIBE, UN DICTADOR POPULISTA

Gerardo Molina, el candidato de Firmes para la presidencia de la república en los años ochenta le presentó a Álvaro Uribe: “María Mercedes, te presento a Álvaro Uribe, el futuro de la izquierda democrática en Colombia”. María Mercedes recuerda: “no me despertó ni simpatía”. Sin embargo, para la campaña presidencial de 2002, lo tiene en su casa de Santa Ana, a petición de un amigo, donde el candidato explicó cómo se había convertido en un hombre de derecha: “había comprendido que en Colombia se necesitaba orden, autoridad, fortaleza institucional, y, sobre todo, mano dura”.

Al finalizar la reunión la anfitriona le dijo a su interlocutor: “Álvaro, lo que usted propone es que la sociedad abandone todo compromiso ético y opte por vender la vida (…) A matar que el Gobierno paga, a delatar culpables o inocentes que el Gobierno paga. Por Dios!!!”. “Para Uribe el principal problema de Colombia era la existencia de las Farc”, así desconocía las causas históricas y políticas de un conflicto histórico. Desde entonces, la ética de María Mercedes toma partido: debe oponerse como sea al proyecto uribista.

Uribe, dice la autora, “prefiere la sumisión al poderoso, y la represión del débil antes que el diálogo franco”. Por eso al terminar la velada María Mercedes, que ha escuchado de Uribe que la pobreza no representaba problema social alguno, lo despide en la puerta de su casa como opositora: “Mi querido Álvaro Uribe (…) tenga la absoluta certeza que me jugaré el resto de mi vida en contra suya. Todo lo que yo pueda hacer en contra de sus ideas lo haré”.

“Lo que más le critico a Uribe es su falta de sensibilidad social, su incapacidad para ver la miseria colombiana”, recuerda María Mercedes. Y sigue anotando: “Uribe en la presidencia es el claro resultado de un proceso de degradación nacional que no se inició ayer sino que se viene gestando desde mucho antes de su nacimiento”. Más adelante nos dirá que es un “régimen mafioso”. Y de ese “régimen mafioso” glosa en términos históricos para compararlo con lo que ella ha vivido: “hoy estamos en lo que estamos: reviviendo el año 49 pero llevando a su máxima y más sangrienta expresión”. Y en esa historia de seis décadas, en ese abismo social violento, también se registra “el levantamiento de los oprimidos”.

Esta es una guerra, y en ella “no hay memoria”, pero María Mercedes sigue recordando, sigue dando lecciones hasta propugnar por “un verdadero pacto social”. Sus palabras van dirigidas a sus nietos, para “que entiendan cómo los hechos del pasado formulan este presente, y cómo seguimos arrastrando ese legado de muerte y derrota, sin dar opción a las salidas creativas que varias fuerzas democráticas vienen proponiendo. Seguimos viviendo bajo una concepción bipartidista aunque se hable de pluralismo”.

De Uribe ha tomado distancia desde el comienzo, al que considera un hombre que ha revolucionado la dominación política. “La relación del pueblo con la Casa de Nariño también la cambió Uribe (…) Es un peligro; Uribe es la más fiel representación de un dictadura populista”. Uribe se debe, piensa ella, a las FARC: “Si ellas se acaban se la acaba el discurso a Uribe”. La guerra pues hace a Uribe.

UNA TRISTE OCLOCRACIA

Desde antes del Bogotazo de 1948 “la clase dirigente de Colombia encuentra luz verde para hacer lo que le venga en gana”. La consecuencia fue la guerra, porque democracia no ha existido. “¿Cuál libertad, cuál democracia?, por Dios, aquí no hemos sabido lo que es la libertad ni la democracia; lo nuestro no pasa de ser una triste oclocracia”. Para María Mercedes, la gran mentira y su gran desencanto político fue el “pacto de exclusión” del Frente Nacional, el cual “afianzó un modelo oscuro de sostenimiento de la oligarquía en el poder”, pacto que sigue existiendo.

Gaitán, recuerda ella, según la oligarquía había que asesinarlo: “Gaitán, además de negro, ponía en jaque al Establecimiento (…) con Gaitán había llegado el momento de hacer un cambio de clases en el poder, pero la oligarquía en asocio con otras fuerzas oscuras no lo resistieron y decidieron asesinarlo”. “Con el tiempo comprendí su grandeza, su capacidad para interpretar el sentido popular y expresar con absoluta convicción lo que clamaba el corazón de ese pueblo pisoteado, ignorado y siempre mancillado por las oligarquías. Ya adulta supe que Gaitán fue una esperanza truncada”.

De ahí María Mercedes saca una lección histórica que no se agota en el 9 de abril de 1948: “La muerte de Gaitán indefectiblemente partió en dos la historia del país (…) porque con el homicidio de Gaitán la dirigencia de este país comprendió que podía asesinar a sus opositores con absoluta impunidad, que de ahí en adelante tenían garantizado el completo control del poder y del Estado porque cualquier fuerza disidente, contraria a sus mandatos de dominación y exclusión podía ser fácilmente eliminada y todo volvería a su cauce de normalidad. Lo aprendieron y desde entonces no han dejado de practicarlo”.

Entonces es cuando nos lanza una frase más histórica: “Colombia no conoce lo que es vivir en paz, nunca lo ha sabido, y me temo que durante otro largo tiempo tampoco lo sabrá”.

ROJAS, EL PACIFICADOR

Para muchos Gustavo Rojas Pinilla es un “dictador”, para otros es un líder popular. María Mercedes recuerda ese proceso pues en su barrio se gestó la subida y derrocamiento del “dictador”: “A Rojas lo convirtieron en Presidente porque era urgente realizar un cambio inmediato, el odio liberal conservador nos estaba acabando y con el nuevo gobierno se pondría fin al sanguinario gobierno de Laureano Gómez”. Pero llegó un momento en que Rojas no sirvió más, y fue justo cuando el gobierno militar empezó a hablar de la Tercera Fuerza, Asamblea Nacional Constituyente y la reelección presidencial. “Cuando el gobierno comenzó a hablar de la Tercera Fuerza, a invitar peronistas y sindicalistas que según la Iglesia estaban influenciados por el socialismo, se produjo el distanciamiento”.

La iglesia y la oligarquía son los artífices de la caída de Rojas. “El 10 de mayo de 1957 todos los muchachitos de la oligarquía, como siguiendo un guión, madrugamos a la plaza de Bolívar para presenciar su caída. Acudimos en nuestros suntuosos carros, muy altivos y elegantes (…) las juventudes oligárquicas de Bogotá, lo íbamos a tumbar sin disparar un solo tiro. Hasta Laureano Gómez, el más malo de los malos, desde el exterior se sumaba a nuestras voces y pedía libertad de prensa que él mismo, bajo su sanguinario gobierno, había desconocido”.

Sin embargo, “el pueblo quería a Rojas”. Y fue la oligarquía quien lo tumbó: “¡El Frente Nacional ya estaba definido mientras los jóvenes nos creíamos adalides de un nuevo país! Si algo hay que reconocerle a nuestra oligarquía es que ha sido más maquiavélica que ninguna otra”. El real poder político y económico preparó así el Frente Nacional, la oligarquía.

lunes, 11 de enero de 2010

Un Perfil Social de Bogotá en el 2010


Por Miguel Ángel Herrera Zgaib

miguelherrera@transpolitica.org

Al comienzo del 2010, la secretaría de Planeación Distrital ofrece unas estadísticas que indican procesos fundamentales para este año electoral. La primera tiene que ver con la población de la ciudad, calculada en 7.302.927, de la cual se establece, que el sector de jóvenes menores de 14 años es el 23,4 del total señalado. Si, con ello recordamos la categoría de jóvenes según la Constitución vigente, éstos son la absoluta mayoría.


En materia de empleo, el perfil bogotano se complementa con los siguientes datos. La población subempleada es de 1.423.109 personas. Hoy la tasa de subempleo es del 36,4 porciento, mientras en en el 2008 alcanzó el 43 porciento. Ahora bien, la población activa para trabajar es de 3.909.488, y de ésta hay una cifra de 430.555 desempleados, y en el último trimestre del 2009, la tasa de desempleo fue 11 porciento, cuando un año atrás, para el mismo periodo, el porcentaje fue 9,4.


Si se mira la realidad del trabajo en la ciudad capital, la mayor parte, el 26,81 porciento, trabaja en comercio y la llamada industria sin chimeneas, hoteles y restaurantes; otro 24,49 porciento trabajan en el sector servicios (comunales, sociales y personales), 12,39 % en actividades inmobilarias, 3 % intermediación financiera, y el 5,19 % en construcción. De los que trabajan, están descontentos con la remuneración que reciben 1.181.391. Y este número corresponde a la tercera parte de la población que trabaja en Bogotá. Y las estadísticas oficiales señalan que estos descontentos hacen parte del ejército del subempleo, cuyo total es 1.423.109 personas.

Si cruzamos los números censales, de acuerdo al Dane y Planeación Distrital, de una población total de 7.302.979, quienes trabajan son algo menos de la mitad, 3.478.933, y de ésta última, e 36.4 porciento, 1.423.109, se consideran subempleados. Y si hacemos una comparación en materia de desempleo en un quinquenio, hay una diferencia favorable en la tasa de desempleo entre 2004, 13,6 % y 2009, 11 %, esto es, 2,6 %. Lo cual tiene que precisarse, en el sentido que no se trata de modo necesario, una mejora en la calidad del empleo, y un aumento absoluto en el peso del trabajo en la participación de la distribución de la riqueza social generada.

Comoquiera que a partir de marzo empieza un nuevo ciclo electoral, con o sin reelección es fundamental para el ejercicio político actual de todas las fuerzas, y en específico, para quienes se reclaman del campo democrático y de izquierda tomar en consideración estas cifras, y ponerlas en contraste con la realidad de la pobreza y la miseria de la ciudad capital, con el interés de afinar programas y compromisos ciertos con la población que regularmente vota, y la que se abstiene que sigue siendo la mayoría absoluta.

De ese modo podremos pensar con hechos nuevos en un rumbo distinto para la cuestión social, y un involucramiento de los pobres y los trabajadores en la construcción de la ciudad social que necesitamos, en la que el capital esté subordinado al trabajo, y no como sigue ocurriendo en nuestros días.